viernes, 12 de abril de 2013

CANARIAS EN LA ANTIGÜEDAD

LOS MITOS CLÁSICOS

El mito constituyó la más temprana interpretación que dio el hombre al mundo que le rodeaba. Con el mito, suerte de pensamiento infantil, ordenó la humanidad el caos exterior transformándolo en un cosmos que podía ser interpretado por su mentalidad primitiva. Es la fantasía mítica innata al hombre la que daba forma al mundo exterior mediante sistemas explicativos (teogonías-cosmogonías), cuyas similitudes (mitos de creación, mitos de las edades, diluvios, etc.), no importa el marco geográfico o histórico, confirman la tendencia universal de una mentalidad irracional y fabulosa que se manifiesta en los estadios iniciales de la civilización. Por eso el mito es la explicación más antigua del mundo. La historia de todas las culturas humanas comienza con un mito que explica la creación del hombre.
Los antiguos griegos generaron una de las mitologías más ricas de la humanidad, fundamento de la civilización occidental. Para los antiguos griegos la palabra muthos significaba simplemente relato, narración, una historia o el argumento de una obra de teatro. Entre aquellos mitos más antiguos, Homero, el gran poeta de la Antigüedad, habla de los Campos Elíseos en La Odisea y los sitúa en el fin del mundo, lugar a donde van tras la muerte las almas de los héroes y hombres virtuosos. Allí viven dichosamente, pues no hay inviernos largos, ni lluvias, ni nieves y las brisas del océano refrescan los veranos. Muy probablemente, la progresiva colonización del Mediterráneo acabó por situar esta geografía mítica, casi siempre insular y fabulosa, allende el estrecho, en los confines del mundo conocido. Numerosos poetas, filósofos e historiadores posteriores hasta llegar al Renacimiento interpretaron y dieron forma al citado mito, identificándolo con los archipiélagos atlánticos que los viajeros púnicos y romanos visitaron por primera vez: islas paradisíacas con un clima benigno, cuya tierra produce toda clase de frutos sin necesidad de trabajo. En ellas residen las ninfas Hespérides, que custodian con ayuda de un dragón, el árbol de las manzanas de oro. Las almas de los Bienaventurados viven allí una existencia libre de preocupaciones.
Con el paso de los años, la tradición literaria identificó a las Islas Canarias con esta geografía mítica o locus amoenus
Plinio y la expedición de los enviados de Juba (Click para ampliar)

Viajeros extranjeros como Berthelot o Bory de Saint-Vincent, además de los autores locales (Viana, Carrasco, Torriani, etc.) reivindicaron la identificación del mito con el archipiélago. Así, las Islas de los Bienaventurados (makárôn nêsoi) y, en su caso, los Campos Elíseos, fueron ubicadas en estas latitudes; lo mismo ocurrió con el Jardín de las Hespérides, las Islas Afortunadas (en gran medida traducción de las Buenaventuras helenas) y, de forma menos frecuente, con mitos como el de Gerión o las Gorgonas. Finalmente, el de la Atlántida es el último gran mito clásico, entre cuyas innumerables ubicaciones se ha incluido al archipiélago, que para sus partidarios constituirían vestigios del continente sumergido. No es preciso señalar que la literatura universal recoge otras muchas ubicaciones para todos y cada uno de los mitos mencionados.

PRIMEROS VIAJEROS

Las islas comienzan a salir del ámbito mitológico con los primeros viajeros antiguos. Los navegantes fenicios superaron el estrecho y fundaron colonias en la costa africana en el siglo VIII a.c. De  las mismas fechas se han encontrado restos arqueológicos fenicios en la localidad de Mogador, actual Essaouira, situada a unos 400 km. al norte de Lanzarote.  No hay testimonios que confirmen su presencia en el archipiélago, pero no cabe descartar la posibilidad de que visitaran las islas con fines exploratorios o en busca del codiciado murex o la orchilla, ambos utilizados como materias tintóreas. Para algunos las islas de Lanzarote y Fuerteventura serían las antiguas Purpurarias de los textos latinos. En el 600 a.c. el faraón Necao II contrató una tripulación fenicia que zarpó del Mar Rojo, rodeó Africa y volvió a Egipto por el Mediterráneo. Aunque no hay constancia de ello, es posible que visitaran las islas. Otros navegantes como el griego Piteas y el cartaginés Himilcón cruzaron el estrecho y pusieron rumbo hacia el norte llegando a las Islas Británicas. Hannón, en cambio, partió de Cartago en el 475 a.c. con una flota de sesenta buques y recorrió la costa occidental africana fundando varias colonias (Thymiaterion, Gutte, Akra, Melitta, etc.), de cuya existencia se duda en la actualidad. De las noticias aportadas por Hannon, que incluyen una erupción volcánica, algunos autores deducen que el cartaginés pasó por las Islas Canarias, otros aseguran que pudo haber llegado hasta el Golfo de Guinea y contemplado el Monte Camerún.
Plutarco. Vida de Sartorio. (Click para ampliar)

Desde la ciudad de Cádiz, fundación fenicia del 1100 a.c., los pescadores solían descender por la costa africana en busca del atún y la probabilidad de que hicieran escala en las islas es muy alta pudiendo, incluso, establecer factorías temporales destinadas a la salazón y transformación del pescado. Algunos autores afirman que el traslado de población norteafricana para poblar el archipiélago en tiempos remotos fue una empresa llevada a cabo por marinos púnicos, ya fueran de origen fenicio o cartaginés.

ROMA Y CANARIAS


La primera noticia geográfica sobre unas Islas Afortunadas despojadas de referencias mitológicas la debemos a Estrabón (siglo I a.c.), que las sitúa hacia occidente, por la Mauritania, frente a Cádiz. A comienzos de nuestra era Plutarco, en vida de Sartorio, menciona la existencia de dos islas llamadas Afortunadas, separadas por un pequeño brazo de mar y distantes diez mil estadios de Africa. El clima es sano, las lluvias escasas y serenas. Los vientos soplan en ellas sin violencia. Para unos se trata de Madeira, otros creen que el texto hace referencia a Lanzarote y Fuerteventura.
Sin embargo, el testimonio más importante que ofrecen los autores antiguos sobre el archipiélago es obra de Plinio el Viejo (23-79), que en su Historia Natural menciona la expedición enviada por el monarca de Mauritania Juba II a las Islas Afortunadas, en la que por primera vez figuran sus antiguos nombres: Canaria, Nivaria, Junonia, Capraria, Ombrios, etc. De la información recogida por Juba se hace eco Plinio: se hallan a 750.000 pasos de Cádiz, Capraria está poblada de grandes lagartos, Nivaria lleva este nombre por sus nieblas y perpetua nieve, Canaria se llama así por sus perros de gran tamaño, de los que fueron enviados dos a Juba, se encuentran en ella vestigios de edificios. Abunda el archipiélago en árboles frutales y en diferentes especies de aves, etc. El texto de Plinio tiene una gran importancia, pues constituye la primera referencia inequívoca sobre Islas Canarias, que salen definitivamente del ámbito legendario para entrar en el de la historia de occidente. En otro pasaje de su obra Plinio recoge el testimonio del general Suetonio Paulino y menciona la tribu africana de los canarii, ubicada en la cordillera del Atlas, en la zona oriental del actual Marruecos.
Hallazgos submarinos, como distintas ánforas encontradas en las costas de las islas, así como algunos grabados y yacimientos arqueológicos confirman la presencia romana en el archipiélago en fechas que van del siglo I a.c. al IV d.c. Los contactos comerciales, ya fuera en busca de materias tintóreas, pescado o el famoso garum, empleado como condimento alimenticio, parecen fuera de toda duda. Para algunos historiadores, el poblamiento de las islas fue obra de los romanos, que en fechas próximas al cambio de era trasladarían al archipiélago poblaciones norteafricanas rebeldes a la ocupación romana. Autores como el geógrafo Claudio Ptolomeo en su Guía Geográfica recogió la existencia de las Islas Afortunadas en el último lugar conocido hacia occidente. La primera mención del término Islas Canarias (Canarias Insulas) para hacer referencia al conjunto del archipiélago se debe a Arnobio de Sicca (siglo IV d.c.).

Con la caída del Imperio Romano las Islas Canarias caen en el largo olvido de la Edad Media del que no serán rescatadas hasta el siglo XIV. Durante ese largo periodo las islas retornan al territorio del mito de la mano de autores cristianos, como Isidoro de Sevilla, o árabes, como al-Bakri. Nuevas leyendas sobre la evangelización de las islas, atribuida en unos casos a San Avito y en otros a San Brandán o San Maclovio, se sumarán entonces a los mitos clásicos.