LA CONQUISTA DE CANARIAS

EL REDESCUBRIMIENTO

Tras la caída del Imperio Romano las Islas Canarias dejaron de ser visitadas por los navegantes y su conocimiento se perdió. Es posible que los musulmanes las hubieran visitado, pero fueron marinos genoveses quienes realmente las redescubrieron a comienzos del siglo XIV. Lanceloto Malocello arribó a Lanzarote hacia 1312 y dio su nombre a la isla. En 1341 Angiolino del Tegghia y Nicoloso de Recco visitaron el archipiélago al servicio del rey de Portugal y por primera vez se describe a los habitantes de las islas. El papa Clemente VI mostró interés por las islas y las otorgó en feudo al infante Luis de la Cerda a cambio de que las evangelizara, concediéndole asimismo el título de Príncipe de la Fortuna, pero el proyecto no se llevó a cabo por la falta de recursos. Por las mismas fechas el archipiélago comenzaba a ser visitado por marinos catalanes y mallorquines y en 1351 el papa creaba el Obispado de la Fortuna con sede en Telde. De esta época datan los actuales nombres de las islas, mencionados por primera vez en un antiguo compendio del mundo conocido llamado El Libro del Conocimiento. El Redescubrimiento de las Islas Canarias fue un acontecimiento histórico de gran importancia pues supuso el inicio de la expansión geográfica europea que culminaría más tarde con la apertura de la ruta hacia las Indias Orientales y con el descubrimiento del Nuevo Mundo.

LA CONQUISTA SEÑORIAL

La conquista de las Islas Canarias fue un largo proceso que duró casi un siglo, distinguiéndose al menos dos periodos. La primera etapa, conocida como conquista señorial, fue emprendida en 1402 por dos caballeros franceses, el normando Jean de Bethencourt y su socio Gadifer de la Salle, quienes después de obtener la autorización del rey de Castilla, Enrique III, organizaron una expedición       que zarpó del puerto de La Rochela e hizo escala en varios puertos peninsulares antes de arribar al archipiélago. Primero desembarcaron en la isla de La Graciosa y posteriormente se dirigieron al sur de Lanzarote, tomando tierra en el lugar conocido como El Rubicón (actual Playa Blanca), donde fundaron la localidad de San Marcial, primer asentamiento de los europeos en territorios descubiertos hacia occidente y en el que habría de establecerse el segundo obispado de las islas. La conquista de Lanzarote estuvo condicionada por las deslealtades y traiciones registradas en ambos bandos y concluyó en 1404 con el bautizo de Guadarfía y el resto de los aborígenes.
A continuación se emprendió la conquista de Fuerteventura, ultimada en 1405 a pesar de las desavenencias entre Bethencourt y Gadifer, que construyen los castillos de Rico Roque y Valtarajal, hoy desaparecidos. Según la leyenda, la mediación de las hechiceras locales Tibiabín y Tamonante facilitó que  los europeos se impusieran a los dos jefes locales, Guize y Ayoze. Por las mismas fechas los normandos desembarcaron en El Hierro, cuya población había sido muy castigada por las expediciones esclavistas. Bethencourt se vale del engaño para capturar al jefe Armiche y a otros herreños, tomándolos como esclavos. Como en Fuerteventura, las crónicas hablan de la existencia de un hechicero llamado Ione que pronosticó la conquista de la isla.                Algunas familias de origen europeo se establecieron en El Hierro. Finalmente, la conquista de La Gomera no fue tanto el resultado de una campaña militar como el fruto de una ocupación paulatina garantizada por los pactos contraídos con los aborígenes. La Gomera fue, asimismo, escenario de la rivalidad hispano portuguesa, tomando partido los cantones gomeros por uno u otro bando. Hernán Peraza el Viejo construye la llamada Torre del Conde y consolida la presencia europea en la isla, sin embargo, la asimilación progresiva de los aborígenes no impidió frecuentes revueltas debido a los abusos cometidos por los conquistadores. La más grave la instigó Hupalupa en 1488 , saldándose con la muerte de Hernán Peraza el Joven y la dura represión subsiguiente dirigida por su viuda Beatriz de Bobadilla y el conquistador de Gran Canaria, Pedro de Vera. Esta fecha es tomada para poner fin a la conquista de la isla. 

LA CONQUISTA DE REALENGO

La rivalidad con la Corona de Portugal obligó a los Reyes Católicos a comprar a los señores de las islas, Diego García de Herrera e Inés Peraza, el derecho a conquistar las islas que aún no habían sido sometidas (Gran Canaria, La Palma y Tenerife). Con esta adquisición procuraban los reyes que los portugueses no se establecieran en alguna de estas islas. De este modo, en 1477 se iniciaba el dominio directo de las Islas Canarias por parte de la Corona castellana. La conquista de Gran Canaria la iniciaron Juan Rejón y el obispo Frías en 1478. Ese mismo año se fundó el Real de Las Palmas, pero la falta de entendimiento entre los conquistadores y la tenaz oposición de los aborigenes dirigidos por Doramas, Adargoma, Maninidra y otros jefes militares retrasó el avance de los castellanos. Los reyes concedieron entonces el mando de las operaciones a Pedro de Vera y la conquista tomó nuevo impulso. La muerte de Doramas en la batalla de Arucas y la captura del guanarteme de Gáldar, Thenesor Semidán, así como la destrucción sistemática de los recursos alimenticios de los canarios, obligó a los aborígenes a refugiarse en las zonas más inaccesibles del interior de la isla. Tejeda, Fataga y Ansite fueron algunos de los últimos lugares de donde fueron desalojados los canarios. Después de cinco años de campaña militar, en julio de 1483 se dio por concluida la conquista de la isla.
La conquista de  La Palma se inició en 1492.  Alonso Fernández de Lugo, que había colaborado con Pedro de Vera en Gran Canaria, desembarcó en Tazacorte e inició la penetración hacia el interior de la isla. A pesar de la aspereza del territorio y la belicosidad de los palmeros, las operaciones avanzaron rápidamente, facilitadas quizás por la previa evangelización de los aborígenes. La resistencia más tenaz debieron afrontarla en el cantón de Aceró, situado en la Caldera de Taburiente, donde se hicieron fuertes los últimos palmeros al amparo de aquel terreno tan accidentado. Bajo el mando de Tanausú los aborígenes resistieron a los castellanos, que finalmente recurrieron al engaño. Atraído para parlamentar a los llanos de Aridane, el líder de la resistencia fue capturado y enviado como esclavo a la Península, muriendo en el trayecto. La conquista se dio por concluida en mayo de 1493.
La conquista de Tenerife fue emprendida por el mismo Alonso Fernández de Lugo en 1494. Ultimados los preparativos en Sevilla y Gran Canaria, los castellanos desembarcaron en la costa de Añazo, actual Santa Cruz, sellando pactos con los llamados bandos de paces e iniciando la penetración hacia el norte de la isla, donde se encontraba la principal oposición. Esta campaña se saldó con una grave derrota en La Matanza de Acentejo, desbandada en la que el propio Lugo estuvo a punto de morir. Reorganizado el ejército y provisto de nuevos apoyos, Lugo retorna a Tenerife a finales de 1495 y traba combate con los guanches, dirigidos por Bencomo y Tinguaro, en la batalla de La Laguna, obteniendo una primera victoria gracias a la eficaz intervención de la caballería en campo abierto. Con posterioridad Lugo prosiguió su avance por el norte de la isla celebrando una segunda y definitiva victoria en el lugar conocido desde entonces como La Victoria de Acentejo. La conquista de la isla concluye en 1496 con la rendición y el bautismo de los menceyes guanches. Con la rendición de Tenerife el archipiélago quedaba plenamente incorporado a la Corona de Castilla.

Desde el punto de vista militar la conquista de las Islas Canarias fue un enfrentamiento librado por fuerzas muy desiguales. Los conquistadores disponían de la disciplina y el adiestramiento propios de los ejércitos europeos de la época, así como de un armamento técnicamente muy superior integrado por espadas, ballestas y armas de fuego en la última fase de la conquista, al tiempo que contaban con cuerpos de caballería. En cambio, los aborígenes luchaban con piedras y palos, en cuyo uso demostraron, sin embargo, una gran eficacia, valiéndose principalmente de su superioridad numérica, el conocimiento del terreno y de una gran  determinación y valor en el combate. Los conquistadores supieron hacer uso de la tradicional fragmentación de las sociedades pastoriles, sacando provecho de las divisiones existentes entre los mismos aborígenes, al tiempo que en las sucesivas campañas se servían de auxiliares procedentes de las islas ya conquistadas. Con todo, el instrumento más poderoso con que contaron los europeos en su avance militar fueron las enfermedades que trajo su llegada a cada una de las islas. La peste o modorra tuvo consecuencias especialmente graves en Tenerife, debilitando en gran medida a la población aborigen. Desde el punto de vista cultural, la conquista de las Islas Canarias supuso la desaparición de las culturas aborígenes y el inicio de un proceso de mestizaje que anticiparía lo que habría de ocurrir en América. 

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